domingo, 15 de julio de 2007

CAMINOS ENCONTRADOS

No había tenido tiempo de dormir. Al final, eso sucedía siempre. Su descanso sólo abarcaba unas horas pues Miguel necesitaba de ella. Estrella, a pesar que se le caían los ojos de cansancio, ya estaba preparando el desayuno. Previamente había ido a la tienda y había comprado unos panes y la leche. Ahora, sin embargo, deseaba estar metida en la cama pero no podía. Primero, el desayuno de Miguel, luego ponerle su ropita y después llevarlo al colegio. Luego de eso sí volvería a dormir. Ya en la mesa, todo era tranquilo. Tenía la lección bien repasada y hoy en matemáticas no iba a defraudarla. A pesar que hoy hubo tres panes para cada uno, Miguel tenía aún hambre.

- Papito, hoy ya comiste tres panes y es porque el trabajo felizmente estuvo bueno pero no siempre será así mi hijito.

- Es que tenía hambre mamá. Ayer cenamos temprano y bueno hoy amanecí con bastante hambre.

- No te preocupes Miki. Si Dios quiere y con suerte podremos comer mejores cosas. El negocio va mejorando.

- Ayer quería que me cuentes un cuento pero sólo estaba la abue pero estaba roncando, así que tuve que volver a la cama pero no podía dormir. Quería un cuentito y algo que comer.

- Ya mi cielo. No me reproches. Pon bien el cuello de tu camisa y terminemos de peinarte. Tienes que ir temprano al colegio. En unos años irás a la universidad y serás un gran profesional y estaré orgullosa de ti.

Miguel acariciaba el sueño oculto de ser policía. En las tardes jugaba con sus vecinitos y él siempre capturaba a los malhechores. Su pistolita de plástico era infalible para la captura de los delincuentes más avezados: Dianita y Pedrito, sus vecinitos.

Estrella y Miguel caminaban de la mano. Ella preocupándose siempre del peinado de Miguel pues el viento movía su cabello ondulado. Sentía las miradas de las vecinas y de los vecinos. Pero estaba Miguel y debía contenerse. Una mirada sostenida a unas, una guiñada de ojo o un movimiento de cadera a otros. Tenía buen cuerpo Estrella, aunque su rostro no reflejaba sus escasos 25 años.

- ¡Mami, tienes los ojos hinchados!

- No digas esas cosas Miki. Lo que pasa es que por preparar el desayuno no tuve tiempo de maquillarme.

Rápidamente ya habían llegado a la puerta del colegio y seguía sintiendo cómo le lastimaban las miradas. Pero estaba acostumbrada a ello. Todos los días era lo mismo. Abrazó a Miguel, le dio su bendición y le mandaba besos a medida que Miguel iba entrando al patio donde estaban sus demás compañeros.

Una vez en casa Estrella se puso a lavar todos los platos y al finalizar nuevamente se puso a dormir. Siempre soñaba lo mismo. Era un sueño recurrente aquél. Por más que trataba de evitarlo cada cierto tiempo venía a ella ese recuerdo imborrable, esa tristeza, esa amargura. Una recapitulación en minutos de sus cortos 25 años de vida.
Recordaba a mamá Florencia desvivirse y trabajar en la fábrica hasta altas horas de la noche y así había educado ella sola a sus 6 hijos. Todos vivían en dos habitaciones que eran sala, comedor, habitación, cocina, baño, todo junto… todos juntos. Estrella era la menor y por ello la más inquieta y engreída de casa, pero la que tenía más dudas. Sin embargo, esas dudas se resumían en una:

- Mamá, ¿y cuándo volverá papá?

Y así transcurrieron los años y Estrellita cumplió sus 10 añitos. A pesar de lo pequeña que era la casita, mamá Florencia preparó unos sanguchitos, compró una botella de gaseosa e invitó a los amiguitos del barrio de Estrellita. Algunos vinieron acompañados de sus padres que se divertían con las ocurrencias de sus hijos. Hasta que inesperadamente llegó un hombre con traje multicolor, nariz roja y un maquillaje atroz. ¡Un payaso!. Hizo su show y los niños no se perdían un solo truco y baile y Estrellita estaba convencida que éste había sido su mejor cumpleaños. A medida que pasaron las horas, se fueron retirando los padres con sus hijos y la casa sólo tenía los restos de la celebración, a mamá Florencia, los hermanitos de Estrellita, ella y el payaso que no se cansaba de hacerle bromas. En un momento mamá Florencia le pidió a Estrellita que dejará al payaso porque tenía que pagarle por el show y Estrellita entendió y los vió salir ambos conversando hacia la calle. En eso Estrellita se dio cuenta que el payaso se había olvidado su nariz roja y cuando abrió la puerta de la casa vio a unos metros a su madre besándose con el payaso. Unos besos distintos al que mamá les daba. Muy abrazados, muy pegados, mucho contacto… mucho tiempo.

Cuando mamá volvió a casa, Estrellita estaba distinta y le miraba de mala forma. Mamá Florencia no entendía lo que pasaba y ese cambio de carácter en su hija, hasta que ella le contó lo que había visto. No supo qué decir, temblaba su voz, tartamudeaba de manera ininteligible hasta que se armó de valor y le dijo:

- Estrellita, cada día te vas haciendo más mujer. Ya no puedo tratarte como una niñita. Hace años vivo sola y me rompo la espalda trabajando en la fábrica por ustedes. Ahí conocí a Edgar. Es un compañero de trabajo que se ofreció a hacernos su show de payaso. Así se gana la vida adicionalmente. Ese payaso es una persona que me quiere mucho y vino a visitarte por tu cumpleaños y se ofreció gentilmente a hacerte un show.

- Pero, ¿por qué lo besaste? ¿Y mi papá?

- Hija, tu padre nunca volverá. Tu papá nunca me acompañó y así te di a luz sola. Todos estos años he sido padre y madre para ti y tus hermanos. Tu papá nos abandonó hace muchos años. Era un hombre enfermo y su enfermedad lo alejó de nosotros. Por eso entiende mi hija. Soy mujer. Algún día entenderás. Pienso en ustedes y necesitamos a Edgar. Así se llama el payaso. Él es mi nueva pareja y quiero que lo trates bien. Necesitamos alguien que nos cuide y Edgar los quiere mucho, a ti y a tus hermanos.

Estrellita no quiso continuar la conversación y fue corriendo a su dormitorio. Mamá Florencia comprendió que la noticia era difícil de asimilar, se alistó y se puso un vestido apretado y encargó a Robertito el cuidado de sus hermanos en su ausencia. Iba a verse con Edgar.

Cuando todos los hermanitos estaban bien dormidos, Estrellita fue despacito a la cocina y vió el pote vacío de la mermelada. Varias veces había visto a su mamá poner dinero ahí. No sabía cuánto dinero había pero pensó que para lo que iba a hacer lo iba a necesitar. Se sentía confundida, molesta con su mamá. La odiaba a ella, a sus hermanitos, pero sobre todo a ese payaso. Y fue así que abrió con cuidado la puerta y corrió lo más rápido que pudo.

El sueño de Estrella era ligero. No era una película continuada pero si era una repetición de escenas. Luego de acomodar la almohada y la cobija, nuevamente se entregó a ese sueño tan cansado.

Estrellita nunca terminó el colegio. Trabajó con sus tíos y posteriormente estos le recomendaron para que trabaje en un restaurant. Estrellita tenía unos 16 años aproximadamente. El trabajo era sencillo. Limpiaba las mesas, la pista de baile y unas divisiones que asemejaban pequeños cuartos. Esa era la rutina de todos los días. La paga no era buena pero por lo menos tenía un techo donde vivir. Un día se quedó trabajando hasta tarde y vió desfilar muchas mujeres de distintas edades. Llegaban con ropas de casa, parecían amas de casa, pero coincidía que todas tenían cuerpos como de niñas pero el rostro confundía las edades. Luego vió que iban a una habitación al fondo de la pista de baile y regresaban muy maquilladas, con vestidos cortos, zapatos de tacones altos y escotes pronunciados. Estrellita se maravilló con este desfile de féminas y al acercarse a una de ellas, Mirella, ésta le comentó lo que hacían en ese lugar. A Estrellita le dió mucha curiosidad la combinación de colores, los vestidos, esas imágenes de mujer mayor en cuerpos de niñas. Más sorpresa le causó saber cuánto ganaban esas mujeres.

Pasaron los días y Estrellita se armó de valor y habló con el dueño del local. Le rogó, le suplicó que quería trabajar y ganar más dinero para mandárselo a su mamá que estaba algo enferma y que ella podía hacer el trabajo de esas mujeres también. El dueño dudó pero su visión comercial le hizo recapacitar que por Estrellita los clientes pagarían mucho más. Estrellita entonces cambió de horario de trabajo. Ahora trabajaría de 6 de la tarde hasta 5 de la mañana del día siguiente. Al inicio le costó mucho entrara en el trabajo. Todos los que llegaban eran muy mayores pero la necesidad por dinero hizo que aprendiera rápido y las demás mujeres le ayudaron a que soportara más las dificultades. Felizmente Estrellita para su edad gozaba de buen cuerpo y aparentaba más edad y fue así que poco a poco fue ganándose la confianza del dueño y de los mismos clientes. Poco a poco pudo comprar sus cositas, su tele, ropas, mejor comida y no estar atrasada en los pagos de su casita. Hasta que un día que regresaba a su casita unos hombres ebrios y drogados le cerraron el paso. No tuvo tiempo de gritar. La llevaron a un descampado y uno tras otro la violaron salvajemente. Estrellita no pudo volver al trabajo hasta después de 1 mes. El dueño entendió lo sucedido y además sabía que en unas semanas recuperaría lo perdido y cuidó a su minita de oro consiguiéndole a buen precio una habitación cerca del local. Y a medida que pasaron los meses su vientre fue creciendo. Y después de unos meses, Estrellita dio a luz a los 17 años a un varoncito a quien puso de nombre Miguel.

Nuevamente el sobresalto asaltó a Estrella. Otra vez el mismo sueño y siempre el mismo final. Su presente era su trabajo y Miguel. Ya era la 1 de la tarde y tenía que recoger a Miki. Fue al colegio nuevamente y llegó justo en el momento que salían todos los niños y divisó a su hijo.

- ¡Mamá, mamá, hoy saqué 20 en matemáticas!

- No sabes lo feliz que estoy mi amor. Sabía que lo lograrías. Eres un niño muy inteligente. Mañana, de premio, traeré mermelada de fresa para comer con los panes.

- ¿Pero podré comer esta vez 4?

- Sí mi amor. Te lo mereces. Vamos a casa que debemos avanzar tus lecciones para mañana. Le diré a la abue que venga más temprano para poder trabajar más. Ya verás mi hijito que ricos panes y mermelada te traeré.

Y así estuvieron conversando madre e hijo. Almorzaron, hicieron los deberes de Miguel y llegó la abue. Su rostro no ocultaba todos los años vividos, la amargura y sacrificio. Hacía tiempo que se había reconciliado con su hija, su Estrellita. Todos los hermanos trabajaban y ella nuevamente estaba sola. Edgar sólo le dejó 1 hijo más y un cúmulo de deudas por juegos.

Estrellita después de despedirse de mamá Florencia y de Miguelito fue directo al “Club Pkados”. Siempre la misma ruta, siempre las mismas caras, las mismas chicas, pero hoy luciría un vestuario más provocador. Se acordó de la promesa a Miguelito y hoy trabajaría más duro para darle el desayuno que merecía por ser un hijo tan aplicado.

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Alfonso tenía un aspecto terrible. El mismo de todos los días. El alcohol con el paso de los años lo iba embruteciendo aún más. Si bien ya no fumaba ni se drogaba tan seguido, su lucha con el alcohol la llevaba perdiendo por rounds de ventaja. En el vecindario todos le tenían miedo. Era una persona muy inestable y muchas veces se sabía que robaba para después comprar cerveza, cigarros o para ir a putear.

Hoy Alfonso despertó como siempre, con el aliento cargado a licor barato y oliendo a perfume inconfundible de mujer.

- Carajo, hace tiempo no me tiraba a una ruquita. A pesar de lo que digan sigo siendo un machazo. ¡Tres polvos al hilo! Ja, ja, ja. Felizmente soy caserito. Me cobró como uno solo.

Y así filosofaba siempre Alfonso frente al diario del día, una taza de café y un cigarrillo que lo escondía en cada bocanada. Su vida era tan monótona como las noticias del periódico: violaciones, accidentes, huelgas, embarazos no deseados, derrotas de su equipo de futbol,… embarazos no deseados, embarazos no deseados. A veces pensaba en esto. Abortos, niños, maternidad y un sin fin de vocablos se le agolpaban a la mente. Era el rezago de la noche castigadora que había tenido, esa mezcla salvaje de licor, humo y mujer.

Alfonso vivía solo. Era un hombre de unos 50 años y a pesar de los vicios conservaba buen físico y no lucía avejentado.

- No hay nada que hacer. Mis viejos me parieron bien. Mi pinta no me la quita nadie.

Sin embargo, Alfonso siempre tenía mucho tiempo libre. Un cachuelo por aquí, otro por allá. Nada estable. No duraba en los trabajos. Aprovechaba el momento, conseguía dinero y luego adiós. Su fuerte eran los robos menores. Robaba pero no en el barrio. Lo hacía en barrios fichos, donde había gente de dinero. Asaltaba a las empleadas, a los ancianos, a los hombres de negocios.

- Mira compadre, ahí hay unos chibolos saliendo del colegio. Seguro tendrán la propina de sus viejos. Mira cómo compran dulces. Vamos corriendo, les quitamos sus maletines y salimos volando. ¿Lo hacemos?

- ¡No! Niños no.

- Puta que eres huevón Alfonso. Es carne fácil. ¿Qué van a hacer esos contra nosotros? Si uno chilla sacamos los cuchillos y se callan al toque.

- ¡He dicho que no, mierda! No me meto con niños.

Y siempre Alfonso iba a la puerta de los colegios. Sólo los miraba pasar. Veía a las madres o padres dejándolos o recogiéndolos, dependiendo la hora. Veía la emoción de los niños yendo a los brazos de sus padres, de la mano o ya sea subiendo al carro.

Era casi incomprensible pero era algo que distinguía la personalidad de Alfonso. A pesar de sus vicios, no se metía con los niños. En el barrio saludaba a todos a pesar de la mirada desaprobatoria de los padres. Ya a su edad sentía que era la hora de tener un cachorrito, un niño, un heredero, alguien a quien contarle sus proezas, aunque éstas fueran tan solo ficticias.

Pero al asaltarle esos pensamientos es que volvía a recaer su humanidad. Nuevamente el licor amigo, los cigarros. Si había dinero, un tronchito de marihuana al menos. Y nuevamente las cosas se ubicaban, todo volvía a tener orden. Las paredes moviéndose, sonidos extraños, voces que le hablaban, el piso moviéndose. Ese era su orden. La solución era sencilla. Si el piso se movía a la derecha, él lo hacía a la izquierda y lograba el equilibrio. Y así había concebido su vida. Si la lógica indicaba que debía hacer algo, él hacía lo contrario y lograba su equilibrio, egoísta, pero suyo.

Después de leer el periódico y desayunar, llevó los platos al lavadero juntándolos con los del día anterior. Nunca fue muy amante de la limpieza y ese era su orden.

Hoy era un día alentador. Decidió caminar y pensar lo que haría en la noche. Y mientras caminaba se dio cuenta que aún tenía dinero de lo cosechado ayer. Suficiente para beber unos tragos en la cantina, empilarse y luego ir a divertirse. Aún eran las 3 de la tarde y el club abría recién a las 6 p.m. Fue al bar y se encontró con toda la gente. Estaba Petete, Tortuga, Gallo Seco, Tito y Pelusa. Pidieron una ronda más de cerveza y se pusieron a charlar:

- ¿A qué no saben? Mi Manuel ingresó a la universidad. Ta que salió a su vieja, carajo. Será un buen profesional. Todo un ingeniero.

- Felicitaciones Gallo Seco. Me alegra por ti y Rocío. Pero hombre tienes que ahora portarte mejor. Lógicamente no te olvidemos de nosotros causa. Pero debes dar mejor imagen a tu hijo.

- Miren pues a Petete cómo da consejos. No tenemos remedio hermano. Yo también tengo mis hijos que poco a poco van saliendo adelante pero igual me tienes acá. Yo soy realista y no cambio. A mi me gusta el ahora, el disfrutar. De la misma escuela de Alfonso. ¿Verdad?

Alfonso estaba jugando con su vaso. No le gustaba hablar de los hijos. Que sus amigos se jactaran de sus logros. Todos eramos borrachos, algunos fumones, otros puteros, pero solamente yo seguía solo. No entendía Alfonso esto. ¿Cómo el resto era distinto a él? Luego la conversación se atenuó. La cerveza, los cigarros, los dados daban un clima de superficial a la escena. Ahora el tema eran las mujeres. Todos tenían su mujer, menos Alfonso, pero coincidían que en el club o en la calle conseguían mejor sexo que en sus casas. Alfonso mientras tanto ya hacía planes. Ese día iba a ser el día. Había hablado con el chino, el dueño del club. Ya se había acostado con todas pero faltaba una a quien siempre había visto de lejos pero era la más solicitada. Le tenía hambre a esa. Le gustaba ver sus piernas y lo quebrada que tenía su cadera y esos senos que no eran ni muy grandes ni muy pequeños. Pero lo mejor de todo, se le notaba chiquilla y esas eran las mejores. Quería carne joven y no carne de tercera, vieja, puro nervio y várices. Se levantó de la mesa, se despidió de sus amigos y fue a una callecita y se encontró con Carlangas, el paquetero de la zona. Le gustaba estar duro cuando tenía relaciones y esta vez la ocasión lo merecía. Se iba a comer ese lomito fino.

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Estrella lucía una minifalda negra, un top ceñido al cuerpo de color rojo y exhibía un ombligo muy apetecible. El cabello suelto cayendo sobre sus senos le daba un toque sensual que siempre la hacía la preferida por encima de las otras chicas del club. El chino había hablado con ella hace un par de días y le dijo que ya le tenía separado un cliente por adelantado así no perdía tiempo parada esperando puntos sino de frente al trabajo. El chino tenía una mente empresarial superlativa. Llegada la hora indicada le dijo a Estrella que fuera a una de las habitaciones y que esperará y si en media hora no venía su cliente que saliera y se pusiera a buscar clientes con las demás. Así obedeció Estrella. Entró a la habitación estrecha, húmeda, solo cuatro paredes mal pintadas, un lavadero, un gran espejo eso sí y unos focos tenues. En su pensamiento sólo estaba Miguelito, llegar temprano para desayunar juntos y llevarle lo que le había ofrecido. Hoy debía trabajar duro pues pensaba regalarle un carro a control remoto y ya casi tenía ahorrado el valor completo del juguete. En eso pensaba y tocaron la puerta de la habitación y vio al dueño con otro señor algo de edad, pero que tenía porte atlético.

- Estrella, te traigo a este señor que quiere conversar contigo. Trátalo bien ya sabes.

- Claro, Chinito. ¿Cuándo te he fallado?.... Pase mister.

Estrella percibió que el ambiente se enrarecía aún más. Era su visitante que olía a alcohol y marihuana. Sin embargo, el servicio ya estaba cancelado y sólo le quedaba cumplir, rápido y pasar al siguiente. Ella se fue desvistiendo lentamente y dejo a la luz un cuerpo muy bien cuidado. Sabía que era su herramienta de trabajo y el cuidado que le había puesto hacía comprender por qué era la más solicitada. Un buen culo, senos, piernas… todo perfecto.

- ¿Te gusto amigo? Me llamó Estrella y conmigo verás a mis hermanitas… Pero no seas tímido, díme cómo te llamas.

- Me llamo Alfonso. Tienes un cuerpo tremendo, tenía muchas ganas de estar contigo.

- Pues hoy es tu día de suerte papi. Hoy soy tuya. Vamos quítate la ropa y hagámoslo.

La respuesta de Alfonso no se hizo esperar. A la velocidad del rayo se quitó la ropa y dejó ver un cuerpo delgado, con algunas cicatrices antiguas y un miembro viril que indicaba que estaba completamente listo. Alfonso no medía sus fuerzas. La marihuana lo ponía bruto, insensible, muy caliente, pero también resistente. Empujaba fuerte mientras Estrella miraba el techo y sacaba cuentas. Era una lucha contínua en la cual las llaves cambiaban a voluntad de Alfonso pero el cansancio se apoderaba de Estrella y dejó escapar un bostezo.

- ¿Qué te pasa puta? ¿Acaso no te gusta cómo lo hago? Debieras agradecer que tienes esto dentro tuyo, dijo Alfonso señalando su pene.

- No se ponga grosero… Además mejores he tenido pero demoras mucho. Si sigues demorándote tendrás que pagar algo más.

- Carajo, pero yo ya pagué al chino ese que es tu caficho. Toma 20 lucas más pero no me jodas y haz lo que te digo.

- Está bien, así si nos entendemos.

Ahora los movimientos eran más fuertes, más rápidos. La agitación de Alfonso era mayor y Estrella comenzaba a sentir la fricción. En eso cambiaron de posición y Alfonso se sacó el preservativo, volteó a Estrella y comenzó a tantear entre sus nalgas.

- ¿Qué te pasa?... Yo no lo hago por ahí… ¡Oye! ¿Te has quitado el preservativo? ¿Estás tú loco?... Olvídate aquí nomás quedamos. Vístete.

- Carajo, te pagué 20 más y tienes que hacer lo que te digo. Y si te quiero coger, lo puedo hacer por donde quiera. ¡Voltéate!

- ¿Qué te pasa borracho, drogo?... Vete antes que llamé a seguridad…

Ni bien terminó de decir estas palabras una nube roja subió a su cabeza y todo fue oscuridad. Alfonso sabía dónde golpear. Ninguna puta le iba a insultar. Tres golpes bien dados fueron suficientes para callarla. Había que aprovechar la situación y continuó lo que había empezado. Cuando acabó se vistió y abrió la cartera de Estrella. Preservativos, cepillos, 200 soles, documentos y un par de fotos. Una foto de ella con un niño y a la espalda aparecía escrita una frase con caligrafía de niño: “Mi mami y yo”. Dejó esa foto y tomó la otra en sus manos: era otra vez Estrella, el niño y una señora mayor. Alfonso trató de capturar sus recuerdos más lejanos. La imagen de la señora le era familiar pero no recordaba exactamente dónde la había visto. Al voltear la foto vió la siguiente dedicatoria: “Para mi hija Estrella y mi nieto, de mamá Florencia”. Fueron segundos que parecieron horas y Alfonso veía como un aluvión de recuerdos se agolpaban en su mente.

- ¿Florencia?... No puede ser. Pero es igualita a ella… Y esta chica es su hija. Tendrá más de 20 años. Casi el mismo tiempo que yo…. No puede ser. Es imposible.

Y se puso a ver las fotos con detenimiento. Y reparó en Estrella. Y su rostro le pareció muy familiar, tan familiar que podía verse en ella. Y un temblor y una confusión se apoderó de él. Las dudas iniciales empezaban a azotarlo y cada vez que le daba más vueltas a sus pensamientos más se convencía de la gravedad de la situación. Tomó la mano de Estrella y sentía su pulso. Acercó su oído al corazón y sólo oía sus propios latidos acelerados. Le había dado unos buenos golpes y él era una persona muy fuerte, pero ¿lo era tanto?. Comprendió que la cabeza había dado de lleno al borde de fierro de la cama. Esa era la única explicación. Pero y ahora, ¿qué explicación puedo dar de esto?.

Alfonso terminó de vestirse, peinarse y salió de la habitación. Le agradeció al chino y se fue caminando hacia la salida del club. Una vez que avanzó unos pasos afuera y ya perdido entre la gente que pugnaba por entrar al mismo, se fue corriendo rumbo al acantilado. Sólo escuchaba el sonido de los carros, de los perros que le ladraban persiguiéndolo, de los fumones que reían estruendosamente, todo ese sonido agobiante de la ciudad. Antes todo era rutinario y no lo percibía y ahora como si hubiera estado todos estos años andando con los oídos tapados, el ruido le fastidiaba. Las calles eran sucias, la gente andaba mal vestida, él olía mal y sintió que perdía el equilibrio y que necesitaba otra vez poner orden en su vida. Y sin perder el paso siguió corriendo hasta estar a unos pasos del acantilado y pudo asegurar que escuchaba un grito lejano, miles de maldiciones y el sonido del viento cortante mientras llegaba a su destino final.

OPTIMO DE PARETO

Nuestros sueños terminaron,
los momentos siguen vivos,
el sentimiento puro
trastocado ha devenido
en el deseo inmenso
de la búsqueda de un perdón.

Tuve miles de dudas
y no quise aceptar el destino
de separarme de ti
aunque el tiempo y la distancia
fueran un infinito al caminar.

Decidí por vivir nuevamente,
sin miedo ni ocultándome,
dar una oportunidad distinta a mi corazón
y buscar la felicidad soñada.
Tú me la brindaste
pero la barrera se convirtió en muralla inexpugnable,
la cual no podíamos escalar
por mas preparados que estuvieramos para ello.

No quise herirte,
pues tu distancia es una herida abierta en mí,
el tiempo se encargará de cicatrizarla
y me devuelva nuevamente tu aliento
cada mañana al pie de mi ventana.

SED

Son las 10 en mi reloj
y un manto negro y blanco cubre mi ser
tan lejos de mí está el deseo aquél
que en cada amanecer
pegado a mi ropa me hace despertar.

Ayer bebí hasta saciarme
ayer viví y también morí extasiado,
cada día resucito en la mañana
para volver a repetir este acto
cuando el sol decae.

Hoy como ayer tengo nuevamente sed,
sed de ti y secarte no puedo
por mas denuedo que pongo en esa tarea,
tu sólo brindas a mi piel ese deseo
que me calcina, me sofoca, me turba
y ahora mis labios saben a tí y a fruta fresca
que encuentro en el manantial
que tu cuerpo tan sabiamente conserva.